Disciplina con amor. Cómo poner límites sin ahogarse en la culpa

Bonnie, es la cachorrita que vive con nosotros. A mi esposa le gusta una serie de televisión, o streaming que le dicen, donde un personaje lleva ése como primer nombre, el segundo es Bennett. Todo parece indicar que a nuestra perrita le encanta devorar libros, ya lleva dos, así que por esa razón adelanto esta reseña, mientras nos queda algo del ejemplar.

Rosa Barocio, es la autora de “Disciplina con amor. Cómo poner límites sin ahogarse en la culpa”. Decidió poner en texto el material que impartía en conferencias y asesorías sobre el tema, dice ella, con la intención de hacer más fácil la tarea a los padres. Parte de la idea de que el tipo de educación en el hogar y el aula de clases ha cambiado, digamos, en respuesta a los cambios tecnológicos y de comunicación que ahora gozamos, no se necesitan tres dedos de frente para notarlo (¡y lo confirmo, yo tengo dos!), nos ayuda dando una reflexión sobre lo que se hacía antes y en el presente, casos que sin duda, también se pueden palpar. Luego, el libro avanza sintetizando algunos comportamientos de padres e hijos que terminan por volver un caos la relación, también, muy fáciles de observar en el entorno. Todo esto de una manera sencilla, práctica y personal, en ocasiones nos comparte sus preocupaciones, miedos y reacciones como madre de familia. Después nos presenta escenarios del tipo: “si sucede esto podríamos actuar con esto otro…”, brindando algunas posibles explicaciones que nos ayuden a entender cómo funciona la relación de padre e hijo.

La verdad es que en múltiples veces me sentí identificado como padre, hijo, observador, pseudo-psicólogo, filósofo de closet, humorista, maestro ignorante, etc. Fue un libro que compartí con mi esposa enviado imágenes de algún párrafo del libro, ya sea porque me gusto o se describe algo que habíamos hecho creyéndonos tan sabios como Salomón viendo que quizá no fue la mejor de las decisiones o, también, donde se podía leer que no lo habíamos hecho, tan, tan, mal. La autora concluye con tres áreas importantes en la relación: Conocimiento con comprensión, donde sugiere estar atentos en la vivencia del niño, es decir, si el pequeño destructor tiene 3 años no esperemos que resuelva una ecuación algebraica. Autoevaluación, donde el padre discierne si aquello que hace es para el desarrollo sano de su hijo o si tiene que ver más con miedos, deseos o egoísmo del angelical padre. Y valor, aceptar el error como maestro, como parte integral del humano, como algo inevitable, porque definitivamente hay que tener valor para aceptar eso.

Mientras leía me di cuenta que estaba más consciente de mi lenguaje, que no solo es verbal, frente a mi hija; también sentí un apoyo etéreo, extraño y firme dentro de mí, quizá era mi apuesta en la vida, sobre lo que compartía con la autora, yo lo hiciera bien o no. Pareciera que la lectura nos permite entablar un diálogo interior que fortalece o brinda curiosidad en nuestras ideas, como platicar con alguien de un tema y ese alguien es uno mismo. Cuando terminé el libro a las semanas, casi había olvidado todo lo que leí, sin embargo, las dudas, las certezas y “lo nuevo” estaban ahí, “mezclándose, condimentándose e impregnándose” con todo lo demás en mi cabeza.

Dicen que la naturaleza es muy sabia, quizá la pequeña Bonnie considera oportuno que le dé un repaso al libro, tal vez, algo haya que recordar, o solo debo buscar un mejor lugar para dejar mis ejemplares, lejos de su alcance, por supuesto.

Deja un comentario